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Unas locas de Dakar

Dídac P. Lagarriga,
Publicado en "Africaneando", Columna bimensual, Masala, noviembre-diciembre 2006

El instinto de protección llega a ser, como mucho, un deseo religiosamente laico, un capricho del descreído o un signo del asustado. Todos sabemos que la protección es, a menudo, un ataque. Tildar de loco a alguien es, automáticamente, singularizarlo, enviarlo directamente a otro lugar, expulsarlo de nuestro mundo Si nos etiquetan como locas/locos nos pagan el billete hacia lo desconocido, sea donde sea. Con la discriminación se sufre, pero "loca" carga además con una doble categoría, la de género, a la que poder sumar una tercera (como "loca peligrosa"): la pesadilla está garantizada. Si además, y por muy desplazada que una esté, se pertenece a una sociedad discriminada globalmente (y a todos los niveles: económico, cultural, político, humano en definitiva), la marginación es tal que sólo entrar en una nueva red social te permitirá sobrevivir. De Dakar a Yakarta y de Río a Lagos, las grandes ciudades, y en eso se parecen, tienen una capacidad tan inmensa de producir marginados y desahuciados que, a pesar de no ser proporcional, genera a su vez otras redes sociales, otras afinidades, nuevas y efímeras relaciones o vías de apoyo. Las "locuras" canalizadas varían a lo largo del tiempo y de las geografías, del arte a la política, del genocidio a la reforma civil; pero para llevarse a cabo han necesitado esas redes, esa sociabilidad. Guste o no.

Nos decía el otro día Achille Mbembe (en su conferencia "L'africanització del món") que dejáramos de buscar diferencias: África necesita un reconocimiento de igualdad total, una humanidad plena. Bien. Pero, cuantas más diferencias ¿más desigualdad? El fruto de la desigualdad ¿es obra de la diferencia? ¿Debemos disimular la diferencia? En lo culturalmente correcto, de tanto atacar la maquiavélica conversión de los mosaicos en monolitos, quizá se ha terminado por olvidar el monolito primero, el que nos hace iguales. ¿No resultaría más real aceptar la multiplicidad radical en esa unidad y, por lo tanto, correr el riesgo de asumir la inseguridad frente al imperio del control? Demasiado a menudo, estar loca es precisamente lo inverso. Mitificar a la "loca", encerrarla, santificarla o lapidarla, son locuras en sí mismas. Porque la locura es un vaivén entre la apariencia de lo bueno y lo malo, reconocer sus vínculos e incluso formar parte de una de sus redes permite sostener lo insostenible, aguantar el naufragio. Por eso estas pequeñas anotaciones tienen en su corazón a Ken Bugul, la loca, a las chicas de ALIF, las locas, a Mam Diarra Bousso.

La escritora Ken Bugul estuvo encerrada en un psiquiátrico tras denunciar a su marido francés por malos tratos: "Fui la mujer de un hombre blanco monógamo y fue el infierno. Fui una de las muchas mujeres de un morabito ¡y fui feliz! Para mí no importa monogamia o poligamia, sino que haya amor". El seudónimo con el que firma, "Ken Bugul", significa "de la que nadie quiere saber nada". ALIF es el primer grupo de hip hop senegalés formado por mujeres, y del alif, primera letra del alfabeto árabe, generan sus siglas: Attaque Libératoire de l'Infanterie Féministe: "Con el alif empieza todo. Alif es la mujer". Ken Bugul tituló Le Baobab fou (El Baobab que enloqueció, Ediciones Zanzíbar, 2002) uno de sus libros autobiográficos que rompe un tabú tras otro. La misma línea de denuncia la tiene ALIF en sus canciones. Haciendo gala de la filigrana oral, titulaban su disco Dakamerap. Mam Diarra Bousso es una de las mujeres más queridas en Senegal: "Sólo tres: Dios, el profeta Muhammad y Mam Diarra" se cantará durante el peregrinaje a su tumba en Porokhane. Madre de Cheikh Amadou Bamba, el fundador de la Muridiya en el siglo XIX (una vía sufí en el puzzle del Islam seguida por millones de personas todavía actualmente), Mam Diarra continuará sustentando a las mujeres que la tienen como estandarte de justicia y amor.

Mam Diarra Bousso la abuela, Ken Bugul la mamá, ALIF las hijas, en estas pequeñas notas de ahora. Precisamente un hijo de Amadou Bamba auguró a Ken Bugul un futuro de santidad: "Poco a poco dejaré de hablar, moriré en silencio y seré santa". Por eso sus libros son imprescindibles, por eso el lugar santo de Porokhane es yihad de género, por esos las letras rapeadas de ALIF deben repetirse hasta la saciedad: poniendo el dedo en la llaga no sólo consiguen que las continúen tachando de locas sino que, precisamente, contribuyen a dilapidar una de las locuras más cancerígenas: la del cuerdo y su razón.


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Dídac P. Lagarriga, 2006

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