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Ruidos
de radio en Tombuctú
Texto
y fotos: Dídac P. Lagarriga, 2006 (Publicado: enero 2007)
Tombuctú se mueve gracias a permanecer en ese punto de confluencia.
Quieta, se mueve: siempre lo hizo. Salir a pasear y salirse... Rodeada
por el desierto, pero no por su arena: ésta la invade, la construye,
puso las bases para todo su entramado urbano. Las dunas se desplazan,
pero Tombuctú se queda, como un gran barco anclado (ningún
barco permanece quieto: no sabe). Ese punto de confluencia, lugar de
paso económico e intelectual desde la Edad Media y que, con los
siglos, ha conocido sus más y sus menos, idas y venidas de lo
que algunos califican como "esplendor". La Tombuctú
de hoy no es la del pasado, pero no lo esconde. Acepta su deriva relativa:
el desplazo y la duna. Tombuctú no está en Mali, está
en Tombuctú: espacio autónomo (lejos de Bamako, sus decisiones
y sus inversiones), es la capital de una región convulsa donde
hace tan sólo diez años se firmaron los acuerdos de paz
entre la rebelión tuareg y el estado. La inmensidad del Sahara
la aproxima a todas las actividades que, repartidas en miles de kilómetros,
suceden allí: contrabando, robos, entreno de milicias afines
a Al Qaeda, entreno del ejercito de Mali a manos de Estados Unidos...
Pero también: cruce de caminos entre el norte y el sur del continente,
caravanas de poder y de saber, apertura e integración innata
que continúan generando lugares singulares... El Sahara que se
adjudicó Mali, fronterizo con Argelia y Mauritania, es hoy un
espacio geopolítico de alto nivel, y la búsqueda de petróleo
que han empezado las multinacionales, conjuntamente con el gobierno
centralista de Mali, no han hecho más que incrementar la inestabilidad
y las hipótesis: si encuentran petróleo, la zona explotará.
Están agitando una gaseosa tapada; el petróleo destapará
esa presión, manchando todo lo que esté a su alrededor.
Y Tombuctú no está lejos.
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Un(a) radio que se expande
Pasear por sus calles es pasear por sus radios. Varias emisoras locales
compiten por la audiencia que, a juzgar por lo oído, es la gran
mayoría de la población (se lo proponga o no). Los vecinos
de Tombuctú tienen dos maneras de hacer pública la radio,
de no dejarte sin ella mientras uno se encuentre en el espacio público:
existen puntos fijos y móviles.
Comercios y pequeños puestos de artesanos, repartidos por los
diferentes barrios que estructuran y modifican la ciudad, se convierten
en los puntos fijos desde donde las radios difunden: mientras el puesto
esté abierto, su radio también lo estará. Con un
volumen que rebosa el entorno del espacio privado, la radio llega hasta
la calle, ocupa su parcela y, si no coincide con la frecuencia del vecino,
compite con ella. Si estos son los puntos fijos, están también
los móviles: unipersonales y con el volumen de emisión
más moderado, hombres de avanzada edad y andar pausado pasean
con sus transistores colgados del hombro, a modo de bolso. Las dos maneras
de ocupar el espacio público mediante las ondas se compenetran,
incluso si entran en competición: amontonar voces, músicas
e interferencias no sólo es habitual, incluso a veces uno tiene
la sensación de que se provoca.
Las puertas de las casas están abiertas, y tradicionalmente las
familias colocan recipientes con agua fresca en la entrada para cualquier
transeúnte que tenga sed: el límite entre el espacio privado
y el público es más flexible. Con la emisión radiofónica
sucede lo mismo: gradación de intenciones (de compartir) proporcionales
al volumen que se escoge.
Todo esto para decir que paseando por las calles de Tombuctú,
con los días, uno se hace una idea de cómo son las emisiones
locales (aunque no quiera). La compenetración entre movimiento
y pausa, que lleva implícita cualquier escucha, se acentúa
con la radio. Aquí, además, se venera.
Si
pasear por sus calles es pasear por sus radios, también lo es
pasear por sus gentes. Imposible estar sólo, permanecer callado,
pasar desapercibido. Turistas de medio mundo vendrán hasta Tombuctú
con la única intención de marcharse lo antes posible,
más interesados en el llegar que en el estar (como lo demuestra
la media de pernoctaciones en los hoteles, de una a dos noches, y la
obsesión para que les estampen en la comisaría el sello
de Tombuctú en los pasaportes). Como lo que me llevó a
Tombuctú es otra cosa, y como el tiempo de estancia aquí
supera las cuatro semanas y no estoy en un hotel, mi relación
de extranjero con la ciudad será diferente. Mi pasaporte no tendrá
el sello de Tombuctú, ni me acordaré de visitar alguno
de los "pocos" monumentos que fotografían, ni protestaré
porque no me dejen entrar en la mezquita de Djingareyber (hace unos
meses que se decidió prohibir la entrada a los turistas: "Si
mi intención no es la de rezar, ¿qué necesidad
tengo de entrar en la mezquita?" Le digo a Mohammed mientras paseamos.
"Gracias", me responde).
Radio Lafia y Radio Alfaida
Alejarse un poco del centro, caminar tranquilo, y hablar. En uno de
esos paseos me encuentro con Habib, uno de los "animadores"
de Radio Alfaida. Me invita a conocer el estudio, situado en las afueras
de la ciudad y rodeado de cabañas que, poco a poco, consolidarán
un nuevo barrio donde hace apenas diez años sólo había
arena. La antena de la emisora tiene unos diez metros y alcanza decenas
de kilómetros. El edificio, de dos plantas, es una caja de zapatos
de color blanco, funcional. Es tarde de domingo y las cosas están
relajadas. Habib, tuareg, es uno de los encargados de las emisiones
"árabes", mientras que otros jóvenes, como el
de esta tarde, emite en songhay. Llegando a Baris, barrio nuevo cerca
de la emisora, un joven me lo sentencia: "Aquí empieza nuestro
barrio, ahí están los negros". Diferencia étnica
escondiendo la económica. La radio como espacio de convivencia,
de "integración". Radio Alfaida, de reciente creación,
pertenece a Radio Lafia, emisora carismática de la ciudad y situada
en el casco antiguo. Ya desde sus inicios, Radio Lafia fue un referente
por cómo abordó el problema de la convivencia. Como me
explica su director, Modibo, incluso durante los bombardeos que padeció
Tombuctú durante la rebelión tuareg, en los años
90, la radio no dejó de emitir, tratando de dar voz a todas las
comunidades de la ciudad para llegar a la paz. Con los años,
la función de las dos radios, que se definen como comunitarias,
continuará siendo pedagógica: hoy su trabajo está
en las zonas rurales de la región, donde la radio irrumpirá
en las tradiciones patriarcales para dar voz a las mujeres. Radio Alfaida,
dirigida por Fatoumata, de cincuenta años, combinará los
programas de este tipo (como el que ella misma dirige cada mañana
sobre mujeres y desarrollo rural, recorriendo los pueblos con su grabadora
para dar voz a las que no la tienen), con las emisiones de y para jóvenes,
hechas voluntariamente y a diario por chicos y chicas de entre 18 y
25 años. Dos de estos jóvenes, Oumou e Ibrahim, realizan
un programa en Lafia de lunes a viernes, de 6 a 8 de la tarde. Su estilo
me engancha, y algunos de sus programas los paso sentado en su estudio.
Ibrahim es el técnico, Oumou la locutora y encargada de la selección
musical. El programa no tiene misterios: un recorrido por los últimos
años de la música maliense, interrumpido por las introducciones
de Oumou a cada uno de los temas y acompañado (quizá sea
eso lo que mas me cautiva) de ruido, interferencias, acoples, golpes,
cintas que patinan por su uso y abuso e, inevitablemente, polvo.
No
me gusta hablar "del otro", exotizar lo cotidiano, describirse
a uno mismo (y sus manías y prejuicios) creyendo describir al
otro. Hablar de lo que uno ve y escucha no es objetivo, pero ser consciente
de las limitaciones, ir con cuidado y no precipitarse en las conclusiones,
sin por ello llegar al otro extremo de callarse o del relativismo estéril,
nos coloca en un terreno de nadie movedizo, deslizante e inseguro que,
por paradójico, puede aproximarnos a experiencias de "otros"
de una manera más sincera. Oumou e Ibrahim tienen una manera
específica y concreta de hacer el programa: nadie puede sacar
más "ruidos" de ese estudio que esta pareja que, además,
lo viven con naturalidad: ni quieren provocarlos, ni intentan evitarlos.
Su surtido sonoro es de todo tipo y supone una provocación y
un ataque directo a todas las normas internacionales de radiodifusión.
La indiferencia con la que lo viven me supera.
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Hi-Fi vs Hi-Di
Distorsionar el sonido para lograr una estética propia aparece
en muchas músicas del continente africano. Uno de los ejemplos
más característicos es la mbira, un instrumento que encontramos
en varias zonas de África y de su diáspora, como por ejemplo
en Brasil (aunque allí desapareció a principios del siglo
XX). Fabricada con pequeñas varas metálicas colocadas
sobre una madera o calabaza, los metales se tocan con las uñas
de los pulgares, produciendo un sonido tosco y apagado. Quizá
para "decorar" esa carencia, se incorporan resonantes que
"ensucian" la vibración metálica. Con el tiempo
las chapas de las botellas de refrescos se incorporan casi de manera
natural a estos instrumentos, alcanzando unos niveles de distorsión
superiores. Durante la década de los 60, la amplificación
de músicas populares se intensifica, especialmente en las grandes
ciudades. En Kinshasa, por ejemplo, la mbira será el instrumento
principal de un "nuevo" sonido, donde la utilización
de micrófonos de contacto y megáfonos genera aun más
distorsión. Konono n. 1 es una de las muchas formaciones que
popularizaron este estilo en el Congo y, aunque de esto ya hace más
de 30 años, actualmente está triunfando en las salas europeas
gracias a un disco editado en Bélgica en el 2005. La prensa europea
los ha comparado al punk y al rock experimental, pero lo cierto es que
contextualizando su música se puede demostrar fácilmente
que eso sólo son estrategias publicitarias para atraer más
público.
En Mali no es fácil encontrar la mbira y sus distorsiones, pero
como se utilizan sistemas similares para amplificar el sonido acústico,
instrumentos como el balaphon adquirirán una sonoridad "sucia"
que después de tantos años parece ya algo propio del instrumento.
En las calles de Tombuctú se organizan asiduamente conciertos
organizados por asociaciones de todo tipo (de vecinos, de mujeres, de
edad, de gremios...). Son fiestas de tarde que se alargan hasta la noche,
ya sea con formaciones tradicionales tocando para que las mujeres de
mediana edad bailen, con recitales de estrellas locales, como Haira
Arbi, que consiguen llegar a todas las edades o con casset-jockeys famosos
que salen de los estudios de las radios para mezclar en mitad de la
calle las últimas tendencias de baile (como el coupée-décalée
marfileño) para disfrute de niños y jóvenes. En
todos estos conciertos de capacidad reducida (alrededor del centenar
de personas, normalmente vecinos del barrio) hay una cosa en común:
la sonorización. Ya se trate de equipos profesionales o de megáfonos
colgados de palos y clavados en la arena de la calle, la distorsión
es evidente. El balaphon y las percusiones incluso parecen necesitarla,
y la saturación mejora sus ya de por sí atractivo sonido.
Las guitarras eléctricas nacieron así, imposibles de disociarlas
de sus ruidos, de "limpiarlas". En toda la región el
característico estilo de "la guitarra tuareg", con
formaciones locales como Tartit o versiones mundialmente famosas como
las de Ali Farka Touré o Tinariwen, legitiman, de una manera
más sutil, esa falta de "claridad" en el sonido (quizá
no sea casualidad que la canción que da título a uno de
los discos de Ali Farka Touré, Radio Mali, tenga su voz más
distorsionada de lo habitual).
Paradójicamente, el mundo de la técnica está empeñado
en todo lo contrario y las cualidades más destacadas para envolver
los productos audiovisuales se refieren siempre a la "calidad"
de sonido e imagen, asociándolos a "nitidez". El extremo
llegó a tal punto que tuvieron que crear plug-ins, tanto para
imagen como para sonido, para poder "ensuciar" algo la "calidad"
y volverla más "cálida". En Tombuctú
hace calor.
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Nitidez a la brasa
Oumou e Ibrahim no sólo parecen decantarse por esa calidez, sino
que al calor de Tombuctú le añaden el hecho de trabajar
con fuego: funden los sonidos, los abrasan.
-
Brasa 1: polvo. En las mesas de mezclas es habitual que haya polvo,
y si no se vigila éste llega a meterse por los canales de audio,
lo que provoca un sonido característico, similar al crujido,
que interfiere en la emisión. Las calles de Tombuctú son
de arena, las puertas están abiertas, el viento sopla. Cada uno
de los botones y canales de la mesa de mezclas de Lafia incorpora, casi
de manera natural, estos crujidos sonoros.
-
Brasa 2: patinaje e interrupciones. En el programa sólo se escuchan
casetes, ya sean de hiphop nacional (Tata Pound, Les Escrocs, Amkul.lel...),
grandes estrellas de la canción (Salif Keita, Oumou Sangaré)
o las últimas novedades del coupée-décalée
llegadas de las vecinas Costa de Marfil y Burkina Faso. Antes de reproducir
cada cinta, Ibrahim las sopla. Previamente Oumou las habrá seleccionado
y dejado preparadas en el tema que debe sonar. Cuando ella las anuncie,
Ibrahim pondrá el play, emitiendo por toda la ciudad el sonido
característico de los casetes cuando éstos empiezan a
rodar (el sonido que provoca el pasar de una velocidad lenta a la correcta).
Estos "aullidos" se convertirán en algo familiar, como
si el aparato protestara cada vez que debe arrancar. Una vez la cinta
en marcha, las turbulencias vendrán por el desgaste de algunas
de las cintas. Si estas distorsiones son muy evidentes, vendrán
los golpes de Ibrahim al aparato para intentar restablecer la normalidad.
En algunos casos parará la emisión para cambiar la cinta
de reproductor, a ver si hay más suerte.
-
Brasa 3: interferencias. Pese a que la antena de la radio es muy potente,
y alcanza incluso a muchos pueblos de la región, en el mismo
estudio se sintoniza con dificultad, quizá debido a sus gruesas
y viejas paredes. A pesar de esto, Ibrahim y Oumou tendrán un
pequeño reproductor sintonizado a todo volumen, lo que sumará
un grado más de confusión al programa. Teniendo en cuenta
que ninguno de los dos utiliza auriculares, todo sucede para todos,
nada se aísla.
-
Brasa 4: acoplamiento. Precisamente por esa falta de auriculares (no
es una cuestión económica, ya que disponen de un equipo
técnico profesional sin otras carencias), los sonidos se acoplan.
El sonido que capta el micro lo reproduce al instante el altavoz; así
pues, si juntamos micrófonos y altavoces los sonidos se retroalimentan
hasta provocar el pitido característico de los acoples. En el
estudio de Lafia, Oumou no utiliza su cabina para hablar, sino que prefiere
estar al lado de Ibrahim. Como éste no quiere auriculares para
escuchar lo que está emitiendo, utiliza para ello un radiocasete
grande y viejo. Cuando Oumou habla por el micro, Ibrahim sube aun más
el volumen de su radiocasete, provocando continuos pitidos que, automáticamente,
llegan a toda la audiencia. Ninguno de los dos parece notarlo. Los sonidos,
a veces, llegan a tapar la locución de Oumou.
Resultado
de este cóctel de brasas: cortes, crujidos, pitidos, deslizamientos,
interferencias, arranques... Y buena música (a veces ya de por
sí intencionadamente distorsionada).
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El mapa real y el "otro"
Me gusta salir antes de que finalice el programa, cuando el sol no ha
desaparecido del todo y todavía queda algo de luz para poder
ver por donde piso. Durante el camino a casa me acompaña la voz
de Oumou (y todos los añadidos ruidistas de la pareja), ya que
una parte de su audiencia se encuentra entre los jóvenes que
trabajan en alguna de las tiendas que cruzo. Sonrío.
No muy lejos de ahí el muezzin de la mezquita del barrio llama
al salatu-l-maghrib, la plegaria del anochecer. Para ello utiliza un
micro amplificado por un viejo megáfono que, inevitablemente,
distorsiona y metaliza el canto. Al igual que es imposible comer el
pan recién echo, cocinado en los numerosos hornos de barro repartidos
por toda la ciudad, sin comer también un poco de arena mezclada
con la masa, la distorsión no puede disociarse de la voz y la
música. La arena es el ruido comestible que distorsiona el pan,
pero no por eso lo desfavorece. Con el sonido sucede lo mismo.
Tombuctú anochece y la poca luz deja ver todo lo que ya de por
sí está iluminado, como el cielo cubierto totalmente de
estrellas. Son calles de escaso alumbrado público, y algunas
personas utilizan su teléfono móvil para vislumbrar el
trayecto, especialmente en los días que se esconde la luna. La
arena nos impide el caminar ligero al mismo tiempo que obliga a las
motos a marchar rápidas si no quieren caer. Tombuctú se
mueve también en diferentes velocidades al mismo tiempo, y lo
hace simplemente porque forma parte del mundo. En algunas culturas,
como la anglosajona, Timbuktu es sinónimo de distancia, de "la
otra punta", como lo es en español la Cochinchina. Una se
encuentra en Mali, la otra en Vietnam: dos regiones colonizadas que
ayudaron a cambiar la historia económica de los imperios europeos
y, con ésta, también sus imaginarios y sus lenguas. A
pesar de esto, hoy Tombuctú es tan compleja como lo es el término
"hoy", y se encuentra tan lejos como uno quiera ubicarla:
como siempre.
Puedo hablar más de Tombuctú y de sus radios, pero poco
a poco voy sintiendo esa necesidad de interferirme, de distorsionarme.
Aunque mi narración nunca fue limpia, aunque la nitidez de los
"avances" siempre me llegó entrecortada y continuamente
tuve presente la interrupción, el cambio y los acoples, ahora
aumenta esa necesidad de interferencias. Imposible emitir yo mismo,
imposible daros mi número del dial: voy entrando y saliendo.
Tombuctú, la externa, no se me hace ni lejos ni extraña,
al mismo tiempo que interiormente siento el desplazo.
No me gustaría hacer eso tan feo de pretender hablar del "otro"
cuando en realidad se está hablando de uno mismo. Ni mucho menos
todavía pretender ser "uno" mismo (indivisible, inmóvil,
impermeable, imbécil). Voy.
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oozebap . 2007 . sumario