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Octavio
DI LEO: El descubrimiento de África en Cuba y Brasil, 1889-1969
Marta
García Quiñones (2003 - publicado 2005)
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A
propósito del libro de Octavio DI LEO: El descubrimiento de África
en Cuba y Brasil, 1889-1969, (Madrid, Editorial Colibrí, 2001)
Elaborado a partir de una tesis doctoral dirigida por el profesor Roberto
González Echevarría y presentada en el departamento de
literatura española y portuguesa de la universidad de Yale, este
libro explica a la vez una historia -la del "descubrimiento de
África" al que alude el título- y una pluralidad
de historias -las de las múltiples vidas, obras, teorías,
canciones y cuentos que desde finales del siglo XIX encarnan, protagonizan
y constituyen la fértil tradición afro-románica
en Brasil y Cuba. Dejando a un lado la pulsión detestivesca -la
"búsqueda de un origen" que, según anota el
autor al final del libro, constituye "la pregunta central de la
filología" (p.149)-, Di Leo pretende más bien ofrecer
indicios, apuntar correspondencias, insinuar filiaciones, con la intención
de ofrecer un fresco vívido y sutil, un paisaje que invita a
emprender o seguir caminos. Se trataría, en sus propias palabras,
de "contribuir a la definición de un espacio común
(épico y poético)" (p.149) que dé cuenta del
arraigo y desarrollo de la africanidad a ambos lados del Atlántico,
y cuyo estudio comprendería tanto fuentes antropológicas,
como literarias y musicológicas.
En coherencia con este planteamiento, el primer capítulo, titulado
"El Atlas", dibuja el mapa general de los estudios africanos
y su vía de entrada a Cuba y Brasil con escala en Europa y en
los Estados Unidos. Desde los esfuerzos pioneros de Bronislaw Malinowski,
prologuista de la obra de Fernando Ortiz Contrapunteo cubano del tabaco
y del azúcar (1940), de la cual tomó prestado el término
"transculturación", pasando por las investigaciones
del polígrafo Leo Frobenius, compilador de los cuentos del Decamerón
negro (1910), traducidos en 1925 al castellano, hasta la obra de Rafael
Salillas, criminólogo español seguidor de las teorías
de Cesare Lombroso e investigador de las vidas de los negros presos
en las cárceles del norte de África, Di Leo traza la genealogía
de los dos principales precursores del africanismo latinoamericano:
el jurista Fernando Ortiz en Cuba y el médico Nina Rodrigues
en Brasil. La historia es la de una idea de África que aparece
casi siempre reflejada en el espejo de los mitos europeos -la Atlántida
que Frobenius imaginaba en la costa occidental del continente; los modelos
de la literatura picaresca hispánica que inspiraron los estudios
de Salillas sobre la delincuencia negra,
- y que sólo ante
la insuficiencia de esos espejos para entender la realidad cotidiana
de los ex-esclavos, se verá obligada a concederles voz. Según
explica el autor, la aportación de Ortiz y Rodrigues consiste
precisamente en haber iniciado esta recogida de testimonios, haber abierto
la vía de la antropología en primera persona en sus respectivos
países. A partir de estos testimonios se intentará en
primera instancia reconstruir un hipotético mapa de África.
El segundo capítulo, titulado "El Diccionario", se
centra en la elaboración de los primeros glosarios y diccionarios
de africanismos -por ejemplo, en Cuba, el Diccionario provincial casi-razonado
de vozes cubanas (1836) de Esteban Pichardo y el Nuevo catauro de cubanismos
(1923) de Fernando Ortiz- y en la difusión de la literatura oral
por parte de la segunda oleada de afro-romanistas -los cubanos Lydia
Cabrera y Rómulo Lachatañeré, los brasileños
Arthur Ramos, Gilberto Freyre y José Lins do Rego. De nuevo bajo
el influjo de la vanguardia intelectual europea y norteamericana en
la que se habían formado casi todos ellos, esta segunda generación
mira hacia el pasado africano- que, como señala Di Leo, en el
caso de América Latina y a diferencia de África, no es
la época precolonial, sino la colonial y esclavista- con una
mezcla de ingenuidad y de nostalgia, como una especie de infancia perdida.
En efecto la abolición de la esclavitud comportó tanto
en Cuba como en Brasil la progresiva disolución de lo africano
en las emergentes identidades nacionales y una pérdida, al menos
parcial, de sus señas de origen. En este sentido la labor de
Cabrera (Cuentos negros de Cuba, 1940; El Monte, 1954) y Lachatañeré
(¡Oh, mío Yemayá! Cuentos y cantos negros, 1938)
-o incluso, más tarde, de Miguel Barnet (Biografía de
un cimarrón, 1966)- se podría describir como un intento
desesperado por registrar las voces de la negritud, a punto de perderse
-un intento que, inevitablemente, se convierte en edición, recreación
y traducción.
La ambigüedad de este proceso está contenida en el término
elegido por Di Leo para titular los capítulos tercero y cuarto
-"La oración en Cuba" y "La oración en
Brasil"- en que el concepto de oración es entendido "en
primer lugar, en cuanto rezo para invocar a los dioses, y en segundo
lugar, como unidad mínima de la sintaxis que necesariamente deberá
adaptarse al español" (p.102). En su primera acepción
la oración se inscribe en el territorio del rito, en que lenguaje
y música forman una unidad indisoluble. Así en Cuba las
primeras investigaciones musicológicas serán emprendidas
por el músico y escritor Alejo Carpentier, autor de La música
en Cuba (1945) y continuadas por Fernando Ortiz con su obra La africanía
de la música folklórica de Cuba (1950). En estos estudios
se subraya la importancia de la influencia musical africana que, frente
a la tradición "guajira" -la música campesina,
blanca y más melódica propia de las zonas rurales interiores
de la Isla- se considera más rica e inventiva. Del mismo modo
empieza a tomar cuerpo la idea -difundida principalmente por estudios
como el de Ramón Guirao, Órbita de la poesía afrocubana
1928-1937 (1938) y antologías como la del alemán Janheinz
Jahn, continuador de Frobenius, Rumba Macumba (Afrocubanische Lyrik)
(1957)- de que la musicalidad africana es precisamente el elemento distintivo
y vivificador de la nueva poesía cubana -la de Emilio Ballagas,
Marcelino Arozarena, y sobre todo Nicolás Guillén-, admirada
y alentada desde una Europa rendida a la "negresse". La singularidad
de esta nueva lírica está contenida a modo de emblema
en el neologismo "jitanjáfora", inventado por el escritor
mexicano Alfonso Reyes, y que alude a invenciones sonoras, de escaso
o nulo valor semántico, que a menudo son empleadas por los poetas
afrocubanos en estribillos y conjuros. Como muestra Di Leo, si por un
lado la "jitanjáfora" representa la comunión
de lengua y música en la poesía; por otro se refiere a
lo musical como límite de lo lingüístico, pues lo
que los lectores y críticos acostumbran a interpretar como caprichos
auditivos son casi siempre ideófonos y onomatopeyas de origen
africano. Así la "jitanjáfora" encarnaría
tanto la fascinación como la ignorancia de África. Por
otro lado, la segunda acepción de "oración"
-"unidad mínima de la sintaxis que necesariamente deberá
adaptarse al español" (p.102)- apunta hacia la cadena de
transcripciones, traducciones y ediciones que está en la génesis
de la investigación afro-románica, con la figura del informante
como mediador y protagonista de la transmisión cultural.
En el cuarto capítulo, "La oración en Brasil",
Di Leo contrapone las investigaciones de Nina Rodrigues y Paulo Barreto
(conocido por el pseudónimo "Joâo do Rio", autor
de As religiôes no Rio, 1904) sobre los cultos africanos en Salvador
y Río -donde no faltan alusiones al "lenguaje secreto de
los tambores" y descripciones de trances rituales que resultan
deudoras del vocabulario de la psiquiatría-, a los estudios musicológicos
de Mário de Andrade (Aspectos da música brasilera, 1939)
en Sâo Paolo, ocupado en determinar las características
de un supuesto "timbre nacional de voz", las propiedades de
la entonación brasileña, al objeto de desarrollar sobre
estas bases prosódicas y rítmicas una tradición
"sertaneja" -que, como la "guajira" en Cuba, sería
blanca, melódica y de interior. Estas tensiones se reflejan en
la lírica brasileña, en particular en la obra de poetas
como Jorge de Lima que, como explica Roger Bastide, sociólogo
de las religiones del Brasil y autor también del estudio crítico
Poetas do Brasil (1946), halló en el verso libre de Apollinaire
la ocasión de incorporar a la lírica brasileña,
liberada de la rima, el ritmo africano. Además, la figura del
"babalao" Martiniano Eliseu do Bonfim, paradigma del informante,
proporciona la ocasión de dibujar una cadena de transmisiones
que unen los estudios pioneros de Nina Rodrigues con la obra literaria
de Jorge Amado (Tenda dos milagres, 1969), pasando por los antropólogos
brasileños Arthur Ramos y Edison Carneiro y la antropóloga
norteamericana Ruth Landes (City of Women, 1947), cuyo resultado es
la integración de una autoridad africana como Martiniano, respetado
por su dominio de la lengua yoruba, al imaginario literario brasileño.
Por último el capítulo quinto, "Testudo terrestris
tabulata o las tres jotas de Jicotea", toma el ciclo de cuentos
tradicionales en torno a Jicotea -un personaje pícaro, una tortuga
que toca un instrumento de cuerda llamado "cocorícamo"-
como paradigma del constante contrapunto entre las tradiciones africanas,
cubanas y brasileñas. En efecto la tortuga Jicotea será
la protagonista de Ayapá (cuentos de Jicotea, 1971) de Lydia
Cabrera; uno de cuyos relatos localiza Di Leo en la novela Things fall
apart (1958) del nigeriano Chinua Achebe. Entre una y otra versión
se extiende un mar de interpretaciones -o más bien un océano,
el Atlántico, cuna de la fértil tradición africana
y afro-americana, a una y otra orilla.
En
el relato de Di Leo se mezclan de manera interesante cuestiones y empeños
que hoy en día se atribuyen a disciplinas distintas -la antropología,
la filología, la historia de las religiones, la etnomusicología,
-
pero que sin embargo en los principios del afro-romanismo fueron asumidos
por figuras solares -eruditos, polígrafos entusiastas, como el
cubano Fernando Ortiz y el brasileño Nina Rodrigues- que abrieron
con sus investigaciones casi todos los frentes de estudio, y que son
aún hoy en día una referencia imprescindible en estos
campos. En este sentido nos parece afortunada la elección del
término "oración" para indicar la triple filiación
de la tradición oral africana (musical, literaria y religiosa)
-una triple filiación que las investigaciones etnomusicológicas
deberían tener siempre presente.
Además, la persistente voluntad del autor por ir señalando
a lo largo de la bibliografía afro-románica su constante
dependencia de los lugares comunes, puntos de vista, modas y movimientos
de la vanguardia europea y norteamericana -la única perspectiva
desde la cual es posible hablar propiamente de "descubrimiento
de África en América Latina", del mismo modo que
se habla del "descubrimiento de América"- ilumina y
matiza los contornos de un ámbito de estudio que demasiado a
menudo queda atrapado en la retórica de lo auténtico.
Así, aunque de vez en cuando pueda dar la impresión de
perderse en meandros, o dejar detalles y cabos sueltos, la estrategia
retórica adoptada por Di Leo en este libro resulta apropiada
para la historia que explica -que es la de un continuo juego de espejos,
apropiaciones y contrastes. Su intención, como decíamos
más arriba, no consiste tanto en probar una determinada hipótesis,
sino en recuperar el rastro del diálogo ya milenario entre Europa
y África del que el afro-romanismo en Cuba y Brasil constituye
un ejemplo privilegiado.
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oozebap . 2005 .
sumario