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En
África los viejos nunca han tenido el monopolio de la tradición
"Un
viejo que muere no siempre es como una biblioteca que se quema"
Por Abiola Félix Iroko
(Artículo publicado a principios de los años 80 en la
revista africana Afrique Histoire y recuperado ahora por oozebap)
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En
esta segunda mitad del siglo XX abundan los estudios sobre la utilización
de la tradición
oral como fuente bien fundamentada para contar la historia. La conclusión
general de estos estudios es que esta tradición puede admitirse
como fuente privilegiada de la historia de los pueblos que no han dejado
fuentes escritas. Se ha discutido mucho sobre las condiciones de conservación
de estas fuentes históricas, y se ha colocado a los viejos en
un lugar tan excepcional que Amadou Hampaté Bâ llego a
decir que "en África cuando un viejo muere una biblioteca
se quema", una boutade que inevitablemente nos provoca reservas.
Viejos que son inútiles a los investigadores
Ya
sean africanos o extranjeros, los historiadores que tienen una relación
seria con la tradición oral se han podido dar cuenta de la ignorancia
en la materia que poseen algunos viejos. Entre éstos últimos,
están, por un lado, los que nunca han sabido y, por otro, los
que han dejado de saber. Los primeros pertenecen a esa categoría
de personas que, o bien han permanecido sordos a las historias que sus
padres intentaban comunicarles en su juventud, o bien permanecen indiferentes
a las múltiples facetas de la cotidianidad de otras épocas:
en Gao (Mali) en 1972, o en Togo en 1979, hemos tenido la ocasión
de hablar con estos viejos que desconocían prácticamente
todo sobre la historia -por otro lado tan rica- de su región.
Estos viejos, "inútiles" para el investigador, parecen
afectados por una especie de amnesia que imposibilita el retener los
acontecimientos vividos, donde no queda ni rastro en sus memorias.
El segundo grupo tampoco es difícil de encontrar: bien fundados
en la tradición oral, son informadores vocacionales, pero a causa
del paso de los años o por enfermedad, algunas de estas personas
mayores se ven completamente afectados por una amnesia parcial o total.
A diferencia de las personas del primer caso, aquí nos encontramos
con la dificultad para evocar y también para conservar los acontecimientos
históricos. En 1975 pudimos hablar con Akan Oga Afin de la región
de idjè, en Benín, que en esa época tenía
unos 125 años. El excelente informador que había sido
una década antes, en ese momento ya se encontraba en un estado
mental muy deteriorado, perdiendo gran parte del control de sus recuerdos:
había dejado de interesar al historiador.
Está claro que la desaparición de las personas de ambas
categorías de informadores no puede compararse a las bibliotecas
que se queman. Por el contrario, algunos jóvenes desaparecidos
de forma prematura sí constituyen, en cierto modo, bibliotecas
que han quemado.
Jóvenes depositarios de la tradición
Una
cierta familiaridad con la tradición oral nos ha enseñado
que, en África negra, las personas mayores ni tienen ni han tenido
nunca el monopolio de retener las fuentes orales. Son muchos los jóvenes
que retienen informaciones orales de una gran credibilidad y a los que
los historiadores e investigadores no toman en serio: "¡demasiado
jóvenes para saber!"
En el siglo XVIII, durante sus viajes por Guinea, Isert obtiene más
información de interés histórico de ciertos jóvenes
que de los mayores, en particular de ese viejo rey que encuentra en
1784 en Flawu, incapaz de aprender algo de él, y a propósito
del cual escribe estas líneas: "Este hombre de más
de 80 años ha vuelto a la infancia. Es un esqueleto largo y delgaducho
que uno abatiría con un soplo..."
Al rededor de 1945, René Dútel , administrador colonial
de Francia en el Níger, tuvo la ocasión de hablar con
un adulto de apenas cuarenta años, Bul Hassane de Kokoro. Mucho
más informado que los viejos de la región sobre la historia
de los Songhay, este tradicionalista por vocación, de la línea
de los Askya de Gao, era sin duda una de las pocas personas que podía
recitar, sin dudarlo y con precisión, todo el árbol genealógico
de la familia de los Askya des del siglo XV hasta la segunda mitad del
XX. Gracias su memoria infalible era alguien excepcional por lo que
se refiere a fuentes orales; su desaparición prematura, ¿acaso
no es como una biblioteca consumida por las llamas?
El reverendo Thomas Moulero fue el primer y único investigador
que se entrevistó con un adolescente de unos 17 años,
desconocido del mundo científico, y que era el mejor tradicionista
de la región de Savè, en Benín; su muerte trágica
y prematura creó, en el ámbito de la tradición
oral, una laguna que hasta ahora ningún viejo no ha podido llenar.
Los investigadores dirán sin duda que una biblioteca acaba de
quemarse el día que desaparezca el rey de Tado, Adjakannoumabou,
alrededor del cual sobrevuela una gran nube de académicos. En
verdad, el rey conoce mucho menos de la historia de Tado que algunos
jóvenes que no se atreven a mostrar sus conocimientos en presencia
de sus padres; esto lo presenciamos personalmente en 1979. En 1980 estuvimos
en una sesión de trabajo en Issalè (sureste de Benín),
capital del antiguo reino yoruba. Nos sorprendió constatar que
el mejor en tradición oral sobre la historia de la región
apenas tenía treinta años: en efecto, Agbo Ola Ogudele
no sólo conocía perfectamente todas las historias útiles
para una aproximación fiable a la historia de Issalè,
sino que era el único informador que podía recitar de
memoria la lista completa, y en orden de sucesión, de los 17
soberanos que reinaron allí. En la misma sesión de trabajo,
los cinco viejos que considerábamos que eran las auténticas
bibliotecas vivas, y que poseían al menos el triple de años
que Agbo Ola Ogudele, apenas conocían, y además de manera
desordenada, una decena de nombres de sus antiguos soberanos, incluso
si algunos de éstos era sus propios antepasados.
También existen instituciones cuyo funcionamiento conlleva una
especie de "democratización", de descentralización
del conocimiento en materia de tradición oral en beneficio de
los jóvenes. Los ejemplos son muchos, especialmente en la región
yoruba, tanto en Nigeria como en Benín; los que más hemos
estudiado son el Kétou (en Benín) y la institución
"Baba Odé" (el padre externo), que permite a los jóvenes,
incluso a los adolescentes, conocer los aspectos más secretos
y controvertidos de la historia local, en especial de ciertas familias:
la costumbre quiere que cada joven tenga, fuera de su marco familiar,
en el exterior, "otro padre", el "padre exterior".
Como viejo confidente, el Baba Odè inicia muy pronto a su joven
en el aprendizaje de las fuentes orales, pues para poder saber cómo
vivir en una sociedad es indispensable conocer su historia; esta situación
hace que la desaparición de un viejo no cree un vacío
en el seno del repertorio de narraciones heredadas del pasado.
Hemos
abundado en los ejemplos para mostrar que los viejos no poseen la exclusiva
de las fuentes orales. Cuántos errores de apreciación
cometemos dirigiéndonos tan sólo a las personas mayores
de una localidad que intentamos estudiar, cuando quizá los jóvenes
saben mucho más. En los trabajos sobre la tradición oral
tenemos la idea que uno debe apresurarse, pues los viejos mueren. Es
como si al margen de ellos las personas de otras edades fueran incapaces
de conocer la historia. Evidentemente ningún investigador se
dirigirá de buenas a primeras a un chico de 17 años para
conocer la historia de un pueblo; saber escoger los mejores informadores
-viejos o jóvenes- supone un trabajo previo de búsqueda,
de reconocimiento del entorno, en resumen, de una selección apropiada.
Somos concientes que resulta difícil escribir la historia de
ciertos pueblos sin recurrir a las informaciones de un viejo: en Bogo-Bogo,
localidad al borde del río Niger, en Benín, tan sólo
queda un informador, el viejo Garba Sido. En Gbowelè, capital
de un potente reino que tuvo muchas veces en jaque los reyes de Abomey,
antes de rendirse a éstos, se considera actualmente a Rémi
Achassou como el único conservador de la tradición oral.
En Bentia, antigua Koukya, al sur de Gao (Mali), nos hemos encontrado
a una vieja que se considera la única y gran conservadora de
todas las fuentes orales del pueblo. Todos estos ejemplos son las excepciones
que confirman la regla.
Al probar de ampliar la lista de nuestros informadores y pasar a incluir
personas de edades inferiores nos daremos cuenta que existen jóvenes
que, por lo que se refiere a tradición oral, conocen igual o
más que los viejos.
La desaparición de personas mayores afectadas por amnesias de
todo tipo, verdaderos "náufragos" de la tradición
oral, nos lleva a afirmar que, en África, si un viejo muere no
tiene porque compararse necesariamente con una biblioteca que arde.
Además, es raro que los conocimientos de los que dispone un viejo
antes de morir no los comparta, y es posible a menudo reconstruir de
manera más o menos fidedigna los conocimientos de un informador
desaparecido, ya sea dirigiéndose a sus descendientes, a otros
viejos o a jóvenes de su entorno. Así pues podemos entender
que la desaparición de algunos tradicionistas, comparados en
vida a bibliotecas, no suponen un vacío en la reconstitución
de la historia: si son bibliotecas que se queman, antes ya hubo personas
que tuvieron tiempo de consultarlas.
Aún reconociendo a las personas mayores la prioridad en el conocimiento
de las fuentes orales, creemos oportuno contestar la exclusividad y
el no compartir las narraciones del pasado. Los puntos de fijación
de la memoria histórica en materia de tradición oral son
más numerosos de lo que pensamos, o, como mínimo, deberíamos
modificar su centro de gravedad.
Abiola
Félix Iroko
Département d'Histoire et d'Archéologie
Université Nationale du Bénin
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oozebap . 2006 . sumario