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Zimbabue y Namibia, pueblos traicionados
Una reflexión sobre el imperialismo arraigado en el antiimperialista
Por Henning Melber *, 2008
Traducido por oozebap.org.
En 1980, el pueblo de Zimbabue celebró una gran victoria contra
el colonialismo y el imperialismo occidental. Nosotros nos sumamos a
su fiesta, ya que representaba un paso hacia la soberanía de
Namibia. El resultado inesperado fue una lección al imperialismo
de Occidente, desautorizando su pretensión de que se podían
manipular las elecciones, incluso si el voto era secreto. El pueblo
de Zimbabue empleó el arma del proceso electoral y votó
por el gallo (el símbolo del ZANU de Mugabe) y no al arzobispo
(Abel Muzorewa, considerado el títere de Occidente). La gente
sabía lo que quería: un gobierno que sintonizara con sus
peticiones y que representara sus intereses.
Casi tres décadas más tarde, y 18 años después
de la independencia de Namibia, debemos enfrentarnos a la realidad:
Mugabe y su corte leal en el ZANU/PF han arrasado el país. A
finales de los años noventa, perdieron al pueblo. Si bien acusaron
al imperialismo occidental, fue en primer lugar su proyecto elitista
neocolonial el que traicionó la liberación. Desde el principio,
los nuevos dirigentes ni siquiera se avergonzaron de practicar la violencia.
Recordemos Matabeleland poco después de la independencia: decenas
de miles de inocentes fueron torturados, violados, mutilados y asesinados
entre 1983 y 1985 por la Quinta Brigada formada por los norcoreanos.
Sólo por ser ndebele se les consideró culpables de apoyar
el ZAPU de Josuah Nkomo, un movimiento de liberación alternativo
que finalmente se integró al ZANU/PF. Con pocas excepciones (especialmente
la iglesia católica de Zimbabue), los que sabían lo que
estaba ocurriendo permanecieron callados, o incluso aprobaron (si no
ensalzaron) los asesinos para que perpetraran la versión deshumanizada
del "chimurenga".
La naturaleza violenta de la nueva élite que controla el estado
muestra elementos similares al imaginario de los "Rhodies"
(minoría blanca racista) contra los que combatieron. El lenguaje
de la opresión y la coerción que dictó la realidad
colonial y arraigó en la sociedad "liberada", continuó
y se expandió. Durante los primeros tiempos de la independencia,
las víctimas se convirtieron en verdugos para conseguir sus objetivos.
Más de veinte años después, el grado de violencia
y brutalidad con los que trataron a sus compatriotas superaba las atrocidades
cometidas bajo el mandato colonial, haciendo que la vida de la mayoría
fuera más miserable que antes de la independencia.
Cuando el autoenriquecimiento de la nueva élite la alejó
cada vez más del "pueblo", acusaron al imperialismo
occidental del deterioro de su legítima autoridad y de la erosión
de su credibilidad. Pero la retórica antiimperialista, el oportunismo
y el esfuerzo populista para ocultar sus fracasos eran sólo una
gran cortina de humo.
Sin embargo, algunos se lo creyeron, especialmente entre los que no
padecían en carne y hueso las políticas gubernamentales.
Se trataba de los que podían identificarse con el discurso pseudoalternativo
promovido por Mugabe en el mismo momento que éste ya había
perdido la confianza de sus conciudadanos. En contraste con esos privilegiados
extranjeros, que podían tararear la misma tonadilla sin ninguna
consecuencia, los que teóricamente se beneficiaban de los frutos
de la independencia, abandonaban el país. Se contaron por millones.
Muchos más que durante el colonialismo acabaron exiliados y esperando
la oportunidad de regresar a sus casas. Esto es, en sí mismo,
indignante.
Tras veinte años bajo el ZANU/PF de Mugabe, los ciudadanos de
Zimbabue han emigrado cada vez más. Las elecciones manipuladas
no reflejan la realidad de esta pérdida de confianza. No se trata
de una conspiración imperialista que busca acabar con el gobierno
nacionalista, sino que los que pretenden alzarse contra el imperialismo
han terminado por traicionar las aspiraciones e intereses de ese pueblo
que aseguran representar. Por eso la mayoría ya no confía
en ellos. Pero como declaró Mugabe a un grupo de empresarios
en Bulawayo: "Únicamente Dios, que me escogió, me
sacará". La voz y el voto del pueblo han sido erradicados.
En un acto de traición, los ciudadanos vendidos son calificados
como verdaderos revolucionarios, aunque sirven para sus intereses de
clase. La operación "Murambatsvina" ("limpiar
la basura") destruyó durante el 2005 las chabolas urbanas,
mientras Mugabe y su clan viven en palacios. Los más pobres incluso
robaron lo que pudieron. El término despectivo, que hace referencia
a las decenas de miles de marginados como si fueran chusma, habla por
sí mismo. Esta fue la arrogancia del poder, odiado por las masas.
Las mismas masas que antaño formaron la base de una insurgencia
exitosa contra el gobierno minoritario que controlaba, si no el pueblo,
sí el poder del estado y su aparato represivo militar y policial.
La situación actual es muy parecida. Una vez más, una
minoría aislada conserva el poder a toda costa sometiendo a una
mayoría ansiosa por cambiar. Sólo que esta minoría
no es extranjera. El "enemigo interior", como lo llama el
teórico poscolonial indio Ashis Nandy, nació y se socializó
con el colonialismo, por mucho que se propusiera como alternativa. Proviene
del mismo centro de la bestia. Hablan el mismo idioma y muestran la
misma falta de respeto por los derechos humanos y la democracia. Es
una prueba más de que el legado colonial perdura. El imperialismo,
como la última ironía de la historia, pervive en las posturas
pseudo-antiimperialistas del régimen, que ha perdido al pueblo
pero que intenta volverlo a recuperar reivindicando su oposición
al imperialismo.
Si el proyecto de liberación iba mucho más allá
que establecer un proyecto elitista neocolonial, necesitamos posicionarnos
sin titubeos a esta traición. Necesitamos redefinir nuestra noción
de solidaridad. Esto no significa que debamos admitir a Blairs, Browns,
Bushs y compañía su doble rasero, sus Guantánamos,
sus invasiones, sus políticas migratorias racistas y sus proyectos
hegemónicos globales. Nada tenemos en común con ellos,
aunque algunas veces coincidamos en criticar la misma violencia. Nuestros
motivos son muy diferentes. Pero si nos comprometemos con esto, debemos
dejar de replantear nuestros valores y abandonar cualquier justificación
de Mugabe. No hay alternativa.
Nuestra posición en Zimbabue la debemos fundamentar en nuestra
apuesta por la liberación, que implica la democracia y los derechos
humanos en un contexto socioeconómico que reduzca (hasta eliminarlo)
las proporciones indecentes de desigualdad. La lucha para la autodeterminación
política también fue una lucha para la emancipación
en términos económicos. Fue un combate por la dignidad
humana. Los que niegan esta dignidad a los demás, a menudo por
sus intereses y egoísmo, no merecen ningún tipo de apoyo.
Si continuamos justificándolos, aunque sea indirectamente con
la evasiva y el silencio, traicionamos nuestros propios valores y nuestro
proyecto de liberación.
Los imperialistas de todo el mundo y de todos los colores intentan explotar
estas contradicciones y conflictos para lograr llegar a su terreno.
Debemos afrontar su reto, incluso si esto significa abandonar viejos
camaradas. Y debemos hacerlo para contribuir a un futuro mejor. Convenzámonos
de esto, en lugar de comprometernos con los intereses de clase de una
nueva élite que continúa explotando y aterrorizando al
pueblo como ya lo hizo el colonialismo en el pasado. No debería
ser la pigmentación la que tenga la última palabra sobre
a quien se es leal.
Deberíamos compartir valores que persigan la igualdad, la libertad
y la dignidad para cuanta más gente mejor. Y si esto implica
abandonar viejos camaradas, también significa volverse a unir
al "pueblo". Los condenados de la tierra merecen nuestra empatía,
identificación y solidaridad.
"A luta continua", el eslogan gritados por todos, no puede
convertirse en "the looting continues" (el saqueo continúa),
como acertadamente señaló, hace dos años, el activista
Firoze Manji en una conferencia en Windhoek. De otro modo, sacrificaremos
nuestra credibilidad y legitimidad, y traicionamos los mismos valores
que motivaron nuestra lucha y los sacrificios de tantos. Como pueblo,
nos merecemos algo mejor. Y aquellos representantes políticos
que se interesan por la integridad, la legitimidad y el "pueblo",
deberían sacar algunas conclusiones sobre lo que ocurre en Zimbabue.
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Henning Melber
es investigador y colaborador del Nordic Africa Institute en Uppsala,
Suecia. Nacido en Namibia, fue miembro de la SWAPO, especialmente activo
en el exilio. Ha escrito el capítulo "Namibia, tierra
de valientes: memoria selectiva sobre la guerra y la violencia en la
construcción nacional" en el libro A
propósito de resistir. Repensar la insurgencia en África
(oozebap, Barcelona, 2008).
Tambien es autor de Limits to Liberation in Southern Africa. The unfinished
business of democratic consolidation, HSRC Press, Sudáfrica,
2003. Las principales obras que ha coordinado son: Zimbabwe and Beyond,
Uppsala, 2002; Transition in Southern Africa - Comparative Aspects.
Two Lectures, Uppsala, 2001 (junto a C. Saunders); Namibia - A Decade
of Independence, 1990-2000, Windhoek, 2000; It Is No More a Cry. Namibian
Poetry in Exile, Basilea, 1982.
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