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El drama de la lucha popular por la democracia en Kenia
Por Horace Campbell, 2008
Fuente:
Pambazuka, traducido y publicado por: www.oozebap.org
En Kenia se celebraron las elecciones presidenciales el 27 de diciembre
del 2007 y los resultados se anunciaron tres días más
tarde. Minutos después de que Mwai Kibaki apareciera como el
ganador, surgieron actos espontáneos de protesta por todo el
país. La oposición fue muy intensa especialmente entre
los jóvenes sin empleo que habían votado masivamente por
el cambio.
Una camarilla en el poder que robó millones de dólares
en un periodo de cinco años había robado también
las elecciones. Este fue el veredicto de los pobres. Sin embargo, esto
se enturbiaba por la afirmación étnica y por la cantinela
constante de intelectuales, tanto locales como extranjeros, de que la
crisis y las matanzas surgían de profundas hostilidades "tribales".
Esta narrativa tribal se intensificó tras la quema y la muerte
de civiles inocentes en una iglesia, Eldoret, en la región del
valle del Rift. Aunque estas masacres tenían todas las características
de la violencia genocida de Ruanda y Burundi, también, y eso
era lo más importante, hacía evidente que la sociedad
de Kenia debía salir de esta espiral bélica. La violencia
y los asesinatos amenazaban incluso a los líderes políticos.
En nuestra opinión, la llamada a la calma y a la reconciliación
de los dirigentes religiosos y políticos no se escuchará
hasta que no se hagan esfuerzos para erradicar los procesos donde se
recurre a los linchamientos, a las muertes extrajudiciales, a la violación
de mujeres y el menosprecio por la vida en general.
Con este breve comentario sobre las elecciones y sus resultados, me
gustaría exponer lo imprescindible que resulta liberarnos de
las ataduras mecánicas, competitivas y individualistas de la
filosofía occidental y reunificar a los ciudadanos de Kenya con
sigo mismos, con la tierra y con la espiritualidad. Este análisis
se rige por la teoría fractal y sitúa en el centro a los
africanos como seres humanos. La teoría fractal se basa en algunos
aspectos del sistema de conocimiento africano y rompe con las viejas
narrativas tribales que consideran a los africanos como seres infrahumanos
que necesitan la Civilización, el Cristianismo y el Comercio.
Los que condenan la violencia postelectoral en Kenia no condenan el
terrorismo económico en el país. Debe quedar claro que
la utilización de mujeres y niños como cobayas por las
farmacéuticas es tan repugnante y monstruoso como quemarlos en
las iglesias. La violación y los abusos a manos de los pobres
y de los jóvenes desempleados se han sobredimensionado por analistas
y observadores, que se han centrado en uno de los muchos componentes
de la matriz de explotación en Kenia: la etnicidad.
Conjuntamente con este discurso de la teoría fractal, nuestro
comentario se dirige a los intelectuales progresistas de Kenia, llamándolos
a una revolucionaria transformación paradigmática: una
que sea intrínseca al sistema de conocimiento africano y que
pueda aplicarse en la práctica y en el día a día
de los africanos. Las transformaciones revolucionarias son necesarias
para romper los procesos que se han desencadenado en Kenia y en toda
África del este desde la imposición del colonialismo y
el Gulag británico.
Esta ruptura requiere ideas revolucionarias en Kenia, así como
nuevas formas de organización política. El capitalismo
y las organizaciones democráticas neoliberales han creado dirigentes
que organizan el poder político sin ni tan siquiera importarles
formar partidos políticos sólidos. Kenia necesita una
transformación profunda que vaya más allá de ganar
las elecciones. Sin embargo, hasta que surjan nuevas ideas y nuevos
líderes, los disturbios actuales servirán para ilustrar
a la mayoría empobrecida sobre los límites de las alianzas
políticas y étnicas que privilegian la clase capitalista
del país.
El siguiente análisis lo presentamos como un drama en tres actos.
El primero se representó en la campaña electoral. El segundo
habla de lo acontecido tras el anuncio de los resultados, con las reacciones
violentas que suscitó en la sociedad. El tercero trata de la
necesidad de esta transformación revolucionaria como cuestión
central para los objetivos políticos en Kenia y en África
del este.
Protestas
de mujeres en Nairobi tras los resultados. Foto: Sayyid Azim
ACTO PRIMERO. Las luchas por el voto y la campaña para las
presidenciales
La
escena: Kenia ha sido el epicentro de la dominación imperial
en África del este desde la colonización británica.
Caroline Elkins, en su libro Britain's Gulag, ha documentado para la
posteridad la violencia extrema y los asesinatos que sufrió la
cultura política de Kenia a manos del gobierno británico.
Tras la independencia en diciembre de 1963, el Reino Unido dejó
en el poder a personas que, básicamente, estaban de acuerdo con
ejercer de socios del capitalismo británico en el este y el centro
de África.
Este acuerdo incluía la aceptación, por parte de la clase
dirigente de Kenia, de las formas europeas de propiedad de la tierra,
que imponían una modernización de los modos "tribales"
y "primitivos" de los africanos. Durante cuarenta años,
Kenia se presentó como una historia de éxito, donde una
clase media parásita y un próspero Nairobi Stock Exchange
(compuesto por capital extranjero) demostraban que el capitalismo podía
enraizarse en África.
La segunda escena de este primer acto empieza con la campaña
para las elecciones al Parlamento. La obra de la lucha por el cambio
en Kenia se representó con una batalla electoral que afectó
a la sociedad durante muchos meses. Al final de esta escena, uno de
los principales protagonistas, la prensa local, informó que los
resultados fueron "un baño de sangre". El titular clamaba:
"Los activos votantes barrieron al vicepresidente, a los ministros
y a los políticos veteranos como un viento de cambio que sopla
a través del país". Pero los periódicos todavía
no eran conscientes de las implicaciones de utilizar imágenes
como "baño de sangre" en sus titulares.
Todo el mundo esperaba los resultados finales sobre quién sería
el presidente, que se retrasaron mientras arreglaban el recuento. Cuando
las noticias de la derrota parlamentaria del presidente Kibaki y sus
aliados en el Partido de Unidad Nacional (PNU) aterrizaron en las calles,
en las pantallas y en los SMS, la población empezó las
acciones espontáneas para asegurarse de que no fueran silenciados
por las mismas autoridades que los habían colocado en la cima
del movimiento por el cambio. Estos actores y actrices principales (wananchi)
habían participado con entusiasmo en la campaña electoral
articulando sus demandas de paz, reconstrucción y transformación
social.
En la tercera escena, la panda de ladrones de Kibaki y compañía
intentó silenciar a la prensa. Para que se representara la escena,
los observadores internacionales y la prensa (tanto nacional como extranjera)
fueron expulsados del centro de la Comisión Electoral de Kenia
(ECK), en el Kenyatta International Conference Centre. El responsable
de la ECK se dirigió a una pequeña habitación y
anunció los resultados de las elecciones, nombrando a Mwai Kibaki
como el ganador de las elecciones. Tres días más tarde,
el mismo responsable de la ECK afirmó en la prensa que no estaba
seguro de si Kibaki había ganado las elecciones.
Por otro lado, el equipo regional de los barones y aspirantes a financieros
de Raila Odinga aseguraron que los verdaderos resultados de las elecciones
mostraban que Odinga había sido elegido por la mayoría
para que fuera el líder. Si su partido, el Orange Democratic
Movement (ODM), obtuvo más de cien escaños en el Parlamento
frente a los menos de treinta de la panda de ladrones de Kibaki, ¿cómo
era posible perder las presidenciales? Los observadores locales y extranjeros
pusieron el grito en el cielo: las elecciones habían sido manipuladas
y los resultados anunciados no se correspondían con la realidad.
Todo el proceso fue defectuoso. Esas voces fueron rápidamente
ahogadas por la fuerza de los que mantienen el control estratégico
de las secciones militares y mediáticas de esta pantomima. La
política neoliberal incluye la falsificación y la mentira,
pero los observadores internacionales utilizan un lenguaje comedido
de "irregularidades" y "anomalías" para referirse
a la realidad. Raila Odinga calificó el proceso como un "golpe
civil".
El juramento del presidente Kibaki
La
escena tercera de esta obra se representó en los muros seguros
de la Casa del Estado, donde únicamente habían sido invitados
los financieros paraestatales, la mayoría de los ministros y
una pequeña sección de la prensa. En la escena, Mwai Kibaki
es condecorado como tercer presidente de la República de Kenia.
El escenario resulta muy diferente del anterior, en el parque Uhuru
de Nairobi, cuando el 30 de diciembre del 2002 un público entusiasta
lo ovacionó.
En la de ahora, la escena se representó sin público porque
los actores y actrices principales no ratifican este nuevo acto. Minutos
después del anuncio de la victoria de Kibaki, hubo manifestaciones
espontáneas en todo el país, especialmente en las zonas
urbanas. El descontento popular por el robo de las elecciones conllevó
violencia y el asesinato de inocentes en Kakamega, Kisumu, Mombassa,
Nairobi, Nakuru y otras ciudades. La policía asesinó manifestantes
mientras la prensa extranjera hablaba de las protestas en términos
étnicos. Las dimensiones de clase, de género y de etnia
de la oposición a Kibaki empezaron a manifestarse en las comunidades
pobres, llamadas slums, pero los medios se centraron en una de las dimensiones:
la alienación étnica de las pobres y explotados.
Cientos de muertes trajeron a casa la realidad de que las elecciones
y el recuento de votos eran, simplemente, piezas en la lucha por romper
con la vieja política de explotación y deshumanización
en Kenia. No obstante, como esta política de explotación
ha sido enmascarada por los políticos como etnicidad, los miembros
pobres de nacionalidad kikuyu fueron los objetivos en algunas comunidades,
con la masacre de Eldoret recordándonos la larga tradición
de limpiezas étnicas que sucedieron en esta región durante
el régimen de Arap Moi. La misma prensa se negó a informar
que los pobres kalenjin también fueron los que prendieron fuego
a la casa del expresidente Moi.
¿Es posible erradicar el recurso a la masacre de pobres? Odinga
y su equipo condenaron las muertes de un grupo étnico en particular,
pero el odio era demasiado profundo entre los jóvenes para que
los escucharan. Desgraciadamente, el Orange Democratic Movement de Raila
Odinga no disponía de la estructura suficiente para que estos
jóvenes aparcaran la violencia.
Raila Odinga y el Orange Democratic Movement
Para
impedir la posible guerra que podía salir de este nuevo acto,
son imprescindibles ideas novedosas, si no revolucionarias, que saque
partido de las ansias que tiene la población por el cambio. La
radicalización de la política de Kenia había surgido
con las fuerzas altermundistas internacionales, hasta el punto que en
ese mismo 2007 Kenia albergó el Foro Social Mundial. Las peticiones
radicales del Manifiesto de Bamako, en el Foro Social Africano, para
una transformación profunda a nivel económico, social
y de género en África, no podían llevarse a cabo
por las arcaicas ONG aliadas con ONG occidentales. El Foro Social Mundial
demostró que se necesitan ideas revolucionarias con nuevas formas
de organización para conseguir los objetivos y las aspiraciones
del foro social africano. Raila Odinga y su grupo de barones del mismo
origen regional y étnico se habían centrado en los sentimientos
radicales de los jóvenes más allá de las divisiones
étnicas. Odinga llamó a su equipo "Pentágono"
y movilizó los discursos populares sobre la juventud, la mujer
y los desfavorecidos para hablar de "erradicación de la
pobreza" y "corrupción". Pero en la plataforma
del Orange Democratic Movement no había un programa claro de
reconstrucción y transformación.
Raila Odinga es un actor político clave desde hace cuatro décadas.
Había participado en casi todos los partidos políticos
importantes y su padre, Odinga Odinga, es un conocido opositor al neocolonialismo.
Desgraciadamente, las elecciones del 2007 mostraron la realidad: no
existen partidos políticos reales en Kenia. Los dirigentes de
todos los bandos no están interesados en construir un movimiento
sólido para el cambio, sino que consideran los partidos como
vehículos para llegar al poder. Existen más de 300 partidos
registrados en Kenia y unos 117 participaron en estas elecciones.
Los escritores locales y extranjeros, que antaño habían
sido las voces de los pobres, apoyaron con entusiasmo la representación
de la primera escena: las elecciones. Algunos de estos intelectuales
se quejaron de que el guión había cambiado cuando aquellos
que controlan la maquinaria de estado desataron la violencia contra
los pobres. Para que esta violencia de estado contra las masas empobrecidas
funcionara, el ministro del Interior prohibió la difusión
de imágenes en directo. El estado también manejó
la idea de prohibir los SMS en toda Kenia. Pero, sencillamente, la población
se dirigió a la prensa internacional para confirmar lo que ya
sabían: el recurso a las matanzas y a las represalias son un
espiral incontrolable.
Sin decretar el estado de emergencia (por miedo a perjudicar la industria
del turismo), la mayoría de pobres vivieron bajo el aparente
toque de queda mientras los militares, la policía y las unidades
de servicios generales se desplazaban por todo el país y se implementaban
nuevas formas de censura. Kibaki, el líder que había robado
las elecciones, debía ir con cuidado con el trato a la policía,
al ejército y a los servicios de inteligencia para que las divisiones
internas en las fuerzas de seguridad no cambiaran la autoridad de quien
había robado las elecciones. Raila Odinga intentó incidir
en estas divisiones de las fuerzas represivas llamando a la manifestación
de un millón de ciudadanos para expresar su rechazo a los resultados
manipulados.
La prensa y el capital internacional
La
British Broadcasting Corporation (BBC) y otras voces del imperio también
fueron uno de los protagonistas de esta representación desde
el principio. Los británicos estuvieron particularmente activos
debido a sus intereses económicos: el capitalismo británico
es una parte muy importante en la narración de este drama. En
las escenas dos y tres del acto primero, los protagonistas extranjeros
habían condenado las "irregularidades", enviando los
observadores de la Unión Europea y de la Commonwealth. El responsable
de la misión de los observadores de la UE declaró que
"las elecciones tienen una falta de credibilidad, así que
es necesario un recuento independiente para rectificar las cosas".
Esta declaración llevó a que el gobierno de los Estados
Unidos invalidara su anterior reconocimiento de Mwai Kibaki como ganador
de las presidenciales. En Washington están preocupados por el
futuro de Kenia, pues el país juega un papel importante en su
guerra global contra el terrorismo. Durante el periodo de Kibaki, algunos
ciudadanos de Kenia fueron sacados del país y tratados como terroristas
bajo la política de secuestro estadounidense. El Orange Democratic
Movement firmó una declaración de entendimiento con la
comunidad musulmana durante la campaña electoral, y miembros
del ODM condenaron la entrega de ciudadanos de Kenya por parte del gobierno.
Su argumento era que si estas personas habían infringido las
leyes de Kenia, debían ser juzgados según estas mismas
leyes.
Sin embargo, tras los acontecimientos y las masacres, ¿estaban
tanto el gobierno como la oposición más preocupados por
las vidas de los pobres que por el poder? Frente a la ausencia de un
liderazgo moral para condenar las masacres, los medios internacionales
tildaron las luchas por la democracia en Kenia de violencia "tribal".
Protestas
de mujeres en Nairobi tras los resultados. Foto: Sayyid Azim
ACTO SEGUNDO. Estancamiento y abismo
Raila
Odinga y su equipo (llamado Pentágono) entraron en el drama con
el guión de los que habían mantenido el poder desde la
colonización. Llamar a su equipo "Pentágono"
nos muestra la falta de sensibilidad al rechazo internacional contra
los símbolos militares. Los cinco líderes del Pentágono
son: (i) M Mudavadi, (ii) Charity Ngilu, (iii) William Ruto, (iv) Bilal
Najib y (v) Joseph Nyagah. Este grupo de barones del mismo origen regional
y étnico tienen experiencia en varias formaciones políticas
y muchos conservan vínculos familiares y económicos con
financieros de dentro y de fuera del gobierno de Kibaki. Durante la
campaña, este grupo prometió delegar el poder del gobierno
central. Los pobres creían que esto conllevaría el acercamiento
del gobierno a los pueblos y comunidades. De este modo, recibirían
asistencia sanitaria, abastecimiento de agua, pavimentación de
las calles y carreteras, educación y otros servicios básicos
y, por consiguiente, mejorarían sus condiciones de vida. Asimismo,
supondría oportunidades de empleo para los jóvenes. Sin
embargo, para los barones regionales la promesa sobre la delegación
pretende asegurarse un acceso más fácil al tesoro del
estado.
Al equipo de Kibaki -entrando en la obra sin un partido político
real y sin un órgano que sitúe a la mayoría de
actores y actrices en el epicentro- le resultaba fácil apoderarse
del malestar espontáneo. Por todo el país, los jóvenes
habían trascendido la identificación étnica y deseaban
un cambio real en la calidad de vida. ¿Había aprendido
el ODM la lección del poder popular en las calles de la "revolución
naranja" de Ucrania? ¿Podría derrocar las viejas
estructuras de poder ofreciendo una alternativa?
En el pulso entre las fuerzas naranjas y las del poder, Kibaki aparecía
como un líder condenado, rodeado por políticos y financieros
que aseguraban que debía negociar desde una posición fuerte.
Odinga afirmó que las negociaciones sólo podían
empezar si Kibaki aceptaba que las elecciones habían sido amañadas.
En este bloqueo, países vecinos como Uganda, Ruanda y el sur
de Sudán empezaron a notar los efectos del bloqueo del sistema
de exportación de Kenia.
Mwai Kibaki y el régimen neoliberal
Kibaki
pertenece a la clase dominante de Kenia desde hace cincuenta años.
Empezó su carrera como representante de la petrolera Shell en
Kampala (Uganda) y pasó de ocupar una plaza en la Universidad
de Makerere al más alto nivel del recién gobierno independiente.
En el libro The Reds and the Blacks, William Atwood, por aquel entonces
embajador de Estados Unidos, califica a Kibaki como uno de los principales
"reformadores" que garantizaría los intereses del capital
extranjero. Kibaki emergió como una fuerza estable en los círculos
de poder que rodearon tanto a Jomo Kenyatta como a Daniel Arap Moi como
ministro de Economía. Precisamente fue durante los gobiernos
de Kenyatta y Moi que se redefinió la corrupción por la
clase dominante. Los asesinatos extrajudiciales y las muertes accidentales
de destacados líderes sindicales y opositores fueron silenciados
por la prensa extranjera, que calificaba a Kenia como una democracia
"estable".
Arap Moi y el capital internacional
Tras
la muerte de Kenyatta en 1978, Daniel Arap Moi cementó una alianza
de financieros extranjeros y políticos locales para saquear a
la sociedad y fomentar las divisiones y el odio étnico entre
los más pobres y oprimidos. Las inversiones británicas
dominaban el país con empresas como Unilever, Finlays, GSK, Vodafone,
Barclays y Standard Bank convirtiéndose en los principales nombres
del Nairobi Stock Exchange. El Reino Unido llegó a un trato con
los líderes de la independencia y los premió con una pequeña
suma para que esta nueva clase de granjeros y terratenientes africanos
se uniera a los colonos británicos en la explotación de
Kenia y, por consiguiente, de África del este. Molo, en el valle
del Rift (uno de los distritos en el centro de la contienda de las elecciones
amañadas), fue uno de los lugares donde se reinstalaron algunos
kikuyus tras la independencia.
Durante su mandato, Moi permaneció en el centro de esta alianza
con las finanzas británicas, los inversores asiáticos
y los empresarios kikuyus de la Provincia Central. Cuando Moi perdió
las elecciones en diciembre del 2002, su familia y alegados de su partido,
el Kenya African National Union (KANU), continuaron en el juego de la
explotación. Fue bajo el gobierno de Moi que el imperialismo
utilizó Kenia como base para subvertir y atacar las independencias
de muchos países africanos.
Un informe encargado por la administración de Kibaki (llamado
Kroll Report), denunciaba a Moi y a sus hijos como multimillonarios
con cuentas en bancos de Gran Bretaña, Suiza, Sudáfrica,
Namibia, las Islas Caimán y Brunei. Este informe alega que los
parientes y socios del expresidente Moi robaron más de 1 billón
de libras de las arcas del estado. El documento coloca a los Moi en
el bando de los grandes presidentes-ladrones de África como Mobutu
Sese Seko del Zaire (la actual República Democrática del
Congo) y Sani Abacha (Nigeria).
La afinidad entre Moi y Kibaki quedo reflejada claramente durante la
última campaña electoral, cuando Moi y sus hijos defendieron
encarecidamente la reelección del presidente Kibaki.
La documentación del tamaño del robo de Moi salió
a la luz en lo que se conoció como el escándalo Goldenberg.
Éste destapó la alianza entre Moi, el KANU y los financieros
asiáticos: habían esquilmado el país con tanta
impunidad que Kamlesh Mdami Pattni, un financiero asiático citado
en el escándalo Goldenberg, formó un partido para participar
en las elecciones del 2007.
Antes de las revueltas multipartidistas de 1992, Kibaki quiso distanciarse
de este grupo de financieros involucrados en proyectos agrícolas,
transportes, servicios, seguros, construcción, ingeniería,
así como en los sectores de salud y educación. Estos financieros,
de dentro y fuera de la arena política, también daban
su apoyo a los saqueos que se realizaban en todo el este del continente.
En la economía de Kenia, el dinero del petróleo de Sudán
(especialmente del sur), los intereses comerciales en Somalia o el negocio
del oro o diamantes en Ruanda, Burundi y el este del Congo ha funcionado
a expensas de la clase trabajadora y empobrecida de Kenia. Por consiguiente,
desde la pasada década existe un crecimiento de la economía
nacional. Felicia Kabunga, buscada por el Tribunal Penal Internacional
de Ruanda por crímenes de genocidio en Ruanda, fue la clase de
saqueadora que encontró refugio entre los apoderados de Kenia.
Kibaki y la emergencia de los nuevos financieros
Aunque
Mwai Kbaki hizo campaña contra la corrupción en el 2002,
su presidencia está marcada por una explosión de nuevos
esquemas de acumulación. El auge de las telecomunicaciones, la
tecnología de la información y del sector bancario floreció
con nuevas empresas como el Equity Bank y numerosas empresas de telecomunicación
(Safaricom, Flashcom, Telecom, etc.) que rivalizaban con los inversores
ya existentes. El lanzamiento de nuevas acciones bajo una Oferta Pública
Inicial para Safaricom se convirtió en tema central de la campaña
electoral, pues aquellos que tuvieran acceso a las acciones cuando saliera
la oferta se convertirían inmediatamente en millonarios.
El gobierno de Kibaki estaba dominado por personas que formaron una
empresa llamada MEGA, y mediante Transcentury Corporation se habían
situado entre los principales financieros del país. Este grupo
presentó un programa llamado Vision 2030 para que Kenia se convirtiera
en el líder capitalista de África, el Singapur africano.
El control del aparato de estado era crucial para los objetivos de Vision
2030.
No tenemos suficiente espacio para una descripción de los miembros
de esta panda de ladrones y el lugar que ocupaban en el Nairobi Stock
Exchange. Lo que es significativo es que los nombres de financieros
y políticos de Transcentury figuran en el escándalo de
corrupción que sacudió al gobierno de Kibaki. Se llamó
el escándalo "Anglo-leasing" e implicó contratos
gubernamentales con empresas falsas. Uno de los implicados, John Githongo,
expuso el escándalo y se trasladó a Gran Bretaña.
El dinero de este escándalo no ha aparecido, y aunque los gobiernos
europeos y Estados Unidos se escandalizan sobre la corrupción,
nadie hace nada para devolver el dinero a Kenia. Estos escándalos
estuvieron muy presentes en la campaña electoral. Tres de los
cuatro ministros que dimitieron por el escándalo "Anglo-leasing"
fueron readmitidos por Kibaki. Estos ministros, junto a otros veinte,
perdieron sus escaños en las elecciones de diciembre del 2007.
La mayoría pobre de Kenia ha utilizado el voto para enviar un
mensaje a los financieros.
La prueba real en la política de Kenia es si el equipo llamado
"Pentágono" del ODM podía cambiar esta corrupción.
La población votó por el cambio. ¿El Orange Democratic
Movement es un movimiento que desea el cambio o únicamente el
poder? Esta es la cuestión principal.
Protestas
de mujeres en Nairobi tras los resultados. Foto: Sayyid Azim
ACTO TERCERO. Una situación revolucionaria sin ideas revolucionarias
Como
la obra se está representando todavía, no es posible concluirla.
En este acto, la población de Kenia está desgarrada entre
dos tradiciones: la de los combatientes por la independencia y la de
la violencia, saqueo y menosprecio por la vida. Los jóvenes han
crecido tras el fin del apartheid y la derrota de Mobutu. Esta generación
ha superado la politización de la nacionalidad étnica
y, junto a las mujeres progresistas, desean finalizar con la violencia,
especialmente con las violaciones. Para estos jóvenes, Kenia
se encuentra en medio de una guerra por la libertad.
Aunque la conciencia de la juventud puede aumentar a largo plazo, existen
escasos líderes revolucionarios y una pobreza de ideas innovadoras.
Los jóvenes pobres han sido movilizados para desencadenar la
violencia contrarrevolucionaria, donde los oprimidos se queman y asesinan
unos a otros. Esta es la lección de los asesinatos y masacres
del valle del Rift.
La violencia contrarrevolucionaria del genocidio de Ruanda flota en
el ambiente. Los mismos políticos que dieron refugio a los genocidas
ruandeses fomentan la violencia genocida entre los pobres. Las imágenes
de jóvenes merodeando con machetes proporcionan el imaginario
necesario para presentar al mundo al salvaje africano.
Esta misma prensa no destacará que los campesinos empobrecidos
de la zona residencial de Arap Moi quemaron su casa. El panorama de
una guerra de clases en Kenia aterroriza tanto al gobierno como a la
oposición. Por consiguiente, ponen mucho esmero en gestionar
la crisis y que la acumulación del capital pueda volver a las
páginas de economía y salir de las portadas.
Raila Odinga y el Orange Democratic Movement se encuentran entre la
espada y la pared, entre las aspiraciones de los financieros y la petición
de un cambio real en todo el país. Tras las elecciones queda
claro que el ODM no pudo convencer suficientemente a sus seguidores
con nuevas ideas que trasciendan la etnicidad y la sociedad patriarcal.
Esta petición de un cambio democrático en Kenia necesita
nuevas formas de organización que trasciendan el electoralismo.
Para eso es imprescindible romper con los idearios occidentales que
promueven el capitalismo como democracia y el genocidio como progreso.
*
Horace Campbell es Profesor de ciencias políticas y uno de los
autores del libro
China en África, ¿ayuda
o arrasa? (oozebap, Barcelona, 2007, www.oozebap.org ).
Más información y análisis sobre los acontecimientos
y la crisis en Kenia en http://www.pambazuka.org
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oozebap . 2008 . sumario